El pasado 2 de Mayo subió a escena Il Trittico de Giacomo Pucini en el Teatro Colón. El tríptico (título original en italiano, Il trittico) es una colección de tres óperas de un acto cada una, con música de Giacomo Puccini. Las tres óperas son: Il tabarro, Suor Angelica y Gianni Schicchi. La obra se estrenó en la Metropolitan Opera House de Nueva York el 14 de diciembre de 1918. Cada una de las partes de esta trilogía pretendía corresponderse con las tres de la Divina Comedia de Dante: «Infierno» (Il tabarro), «Purgatorio» (Suor Angelica) y «Cielo» (Gianni Schicchi), y Puccini no quería que se representaran por separado.
(foto: Lucía Rivero, gentileza Prensa Teatro Colón)
Il Trittico por Nicolás Boni *
Cuando Pier Francesco Maestrini abordó esta nueva producción de Il Trittico pucciniano nos propuso explorar la rica intertextualidad que desde su origen vincula estas tres óperas con la Divina Comedia de Dante Alighieri. Como escenógrafo de esta producción he llevado la correlación de Il tabarro, Suor Angelica y Gianni Schicchi con el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso a un extremo de literalidad, donde los espectadores transitan, junto a los personajes, por espacios simbólicos inspirados principalmente en las ilustraciones dantescas de Gustav Doré, pero que incluyen también ciertas atmósferas prerrafaelitas.
Il tabarro, se adentra en las profundidades del sufrimiento humano y la desesperación con personajes atrapados en un ciclo infinito de dolor y venganza, donde Michele se convierte en una especie de Caronte, traficando almas hacia su condena. Suor Angelica explora temas de penitencia, redención y sacrificio, elementos vinculados al Purgatorio, mientras que el personaje de Gianni Schicchi es extraído directamente del canto trigésimo del Infierno. De este modo la última ópera de este Trittico, lejos del paraíso, es representada en nuestra versión literalmente en la décima fosa del octavo círculo, donde son castigados los falsificadores. En consecuencia, al ser convocado por el Teatro para diseñar también la tapa del programa me pareció oportuno interpretar la célebre puerta del infierno descripta en el Canto III, desde la cual Dante junto a Virgilio emprenden su mítico recorrido:
Per me si va ne la città dolente,
per me si va ne l’etterno dolore,
per me si va nella perduta gente.
Giustizia mosse il mio alto fattore:
fecemi la divina podestate,
la somma sapienza e ’l primo amore.
Dinanzi a me non fuor cose create
se non etterne, e io etterno duro:
Lasciate ogne speranza, voi ch’entrate
En una atmósfera pesada y sofocante los protagonistas de cada ópera se detienen frente a ella. Como una representación del inicio de un viaje, este portal invita también al público a traspasarlo, acompañados por la poderosa música de Puccini, hacia una experiencia visual alucinante.
*(del programa de mano del Teatro Colón)
Il tabarro
A la orilla del río Sena, París, 1910.
(foto: Lucía Rivero, gentileza Prensa Teatro Colón)
Luego de una ardua jornada, Michele, estibador de mediana edad, contempla el ocaso junto a la barcaza que le sirve de vivienda. Su mujer, la joven Giorgetta, ofrece una copa de vino a los trabajadores. Luigi, Tinca y Talpa beben agradecidos mientras el primero llama a un organillero. Al son de su desafinado vals Tinca y Luigi, el más joven del grupo, bailan con ella hasta que son interrumpidos por Michele. Los otros se retiran mientras la pareja discute sobre a quiénes despedir ante una partida que se plantea próxima. La mujer, añorando un trato más cariñoso, señala a Michele su frialdad para con ella. Mientras tanto, un vendedor de baladas canta sobre la desdichada Mimí, citando La Bohème. La Frugola llega en busca de Talpa, su marido, mostrando las baratijas que rescató de la basura parisina. Tinca parte hacia la taberna para olvidar a su infiel mujer, Luigi lamenta su ardua existencia, La Frugola sueña con una vida apacible en el campo y Giorgetta rememora el feliz bullicio del suburbio parisino que la vio nacer. Al quedar solos, Luigi y Giorgetta rememoran un furtivo encuentro amoroso y acuerdan volver a reunirse poco después. Ella encenderá un fósforo como señal. Michele retorna, rememorando los tiempos felices junto a Giorgetta y el hijo de ambos, que luego falleció, y de cómo ellos, sus dos amores, se acurrucaban bajo su tabardo (gran abrigo). Mientras se pregunta con quién lo engaña su mujer, enciende su pipa. Al ver la chispa, Luigi se acerca confundiéndola con la señal de Giorgetta para ser descubierto por Michele, quien, luego de forzar su confesión, lo estrangula. Tras esconder el cuerpo bajo su abrigo arriba la mujer, quien recuerda la frase de Michele «todos llevan un tabardo que esconde a veces una alegría, otras veces un dolor». Él, vengativo, responde abriéndolo y exhibiendo el crimen cometido.
(foto: Lucía Rivero, gentileza Prensa Teatro Colón)
Suor Angelica
Un convento, hacia finales del siglo XVII
(foto: Juanjo Bruzza, gentileza Prensa Teatro Colón)
En un apacible anochecer primaveral y luego de culminar las oraciones con un Ave María, las monjas se reúnen en el jardín del claustro, contemplando cómo los rayos del crepúsculo vuelven dorada a la fuente, dialogando luego sobre si es correcto o no tener deseos. La única que expresa no desear nada es Angelica, si bien sus compañeras murmuran que no es cierto pues se consume ansiando noticias de su familia, después de siete años de no saber nada de ellos. Ante el arribo de la hermana enfermera solicitando ayuda para Sor Clara, picada por avispas, Sor Angelica, experta en hierbas medicinales, se apresta a prepararle una poción sanadora. Una de las hermanas legas informa que ha arribado un rico carruaje. La Abadesa anuncia a la joven monja que ha llegado su tía, la princesa. Al encontrarla, esta le informa que le ha traído para firmar un documento según el cual Angelica ha de renunciar a su parte de los bienes legados por sus padres, fallecidos tiempo atrás, en favor de su hermana menor, pronta a casarse. La princesa espeta a la joven el deshonor que ha infringido a su familia mientras ella le implora que le de noticias del hijo que tuvo hace siete años, del cual la apartaron enviándola allí. Impasible, la tía le anuncia que el niño enfermó y murió dos años atrás. Desesperada, canta a su hijo, ansiando la muerte para poder arrullarlo en el cielo. Esa noche, luego de abrazar la cruz bebe un veneno preparado por ella misma. En su agonía, cae en la cuenta que por haberse dado muerte está condenada. El suicidio es un pecado mortal: no podrá ir al cielo y, por ende, no reencontrará a su pequeño. Suplica a la Virgen que se apiade, que la salve y le pide una señal. Entonces, los rayos celestiales iluminan la capilla develando la presencia de ángeles y de la madre de Cristo trayendo consigo a un niño, que le presenta. Angelica muere en paz.
(foto: Arnaldo Corombaroli, gentileza Prensa Teatro Colón)
Gianni Schicchi
Florencia, año 1299. Una gran habitación en la señorial casa de Buoso Donati.
(foto: Lucía Rivero, gentileza Prensa Teatro Colón)
Los parientes de Buoso, se reúnen en torno a su lecho fúnebre. La fingida aflicción desaparece cuando se menciona un rumor según el cual aquel ha legado sus posesiones al monasterio de Santa Reparata. Simone sugiere que busquen el testamento. Rinuccio da con este y antes de entregarlo a su tía Zita, le solicita permiso para casarse con Lauretta, hija de Gianni Schicchi. Los familiares se consternan al descubrir que el rumor no era infundado. Rinuccio propone que pidan consejo a Schicchi. Quedan atónitos ante el arribo del personaje junto a su hija puesto que se trata de alguien de los suburbios. Luego de un altercado entre Schicchi y Zita, Lauretta y Rinuccio ven disiparse las posibilidades de casarse. Es entonces cuando ella ruega sosiego a su padre, mediante el aria «O mio babbino caro». Luego de enviarla fuera, Schicchi instruye que escondan el cadáver. Al arribar el Dr. Spineloccio, imita la voz de Buoso. Habiendo funcionado el engaño explica: han de llamar a un abogado y dos testigos, él se hará pasar por Buoso y dictará testamento. Todos acuerdan sobre la división hasta que toca dirimir sobre los bienes más valiosos: la casa, la mula y los molinos de Signa. Mientras lo adulan, cada uno intenta ganarse su favor, tras lo cual les recuerda que quien sea descubierto como falsificador verá sus manos mutiladas y será exiliado de la ciudad. Al llegar el abogado, Schicchi dicta la repartición de acuerdo a lo convenido hasta que llegan los tres bienes más disputados. Es entonces cuando, presto, anuncia que lega cada uno de ellos a su “amigo, Gianni Schicchi”. Los familiares enfurecen, pero no pueden reaccionar pues, sino, serán descubiertos. Cuando abogado y testigos han partido caen sobre Schicchi, pero el nuevo testamento es una realidad. El protagonista los expulsa de la que ahora es su casa. Rinuccio y Lauretta ven asegurada su unión, mientras Schicchi solicita indulgencia a los espectadores ya que el gran Dante lo ha enviado al Infierno.
(foto: Arnaldo Corombaroli, gentileza Prensa Teatro Colón)